domingo, 6 de marzo de 2011

El Canal de Navarra.


Ujué coronado por su iglesia acastillada de Santa María la Real
No olvidamos la polémica construcción del embalse de Itoiz, obra emblemática de la visión desarrollista más aguda, que fue tan protestada por el mundo conservacionista y una buena parte de la comunidad civil más concienciada. Vivimos en una sociedad consumidora de recursos de todo tipo y sin ningún límite. Cada vez somos más conscientes de que en algún momento tenemos que parar porque el mundo tiene límites bien conocidos pero aun que el dispendio es nuestro siempre pretendemos que las restricciones las asuman los del territorio de al lado.

Campiña de secano en el Alto del Pinar. Tierras de Ujué.
No valoramos lo natural y por lo tanto lo transformamos buscando una mayor utilidad que inmediatamente equiparamos en un mayor beneficio. Consideramos que lo cálido es mejor que lo frío y húmedo es más valioso que lo seco y estas premisas justifican cualquier barbaridad porque en el mundo de lo biodiverso la abundancia la buscamos en lo cálido y húmedo es decir en otros territorios o en los nuestros transformados. Y como bien sabemos esto no es cierto. Tan valioso y, en consecuencia indispensable, tiene lo que vive en el secarral estepario como lo que suponemos contienen los bosques tropicales.

Triguero cantando en Santacara
 Pero no paramos ahí, nos ponemos en marcha para emprender proyectos faraónicos que transformen nuestros paisajes secos en territorios húmedos justificando las inversiones en una concepción desarrollista encaminada hacia la producción de lo que luego nadie quiere y ocultando que el objetivo de la inversión se alcanza por la ejecución de la obra, no en su utilidad final.

Tierras de Murillo el Fruto. Cereal de sacano y setos. Territorio de campeo de la Culebrera
Algo de esto lo vemos en la construcción del canal de Navarra que zigzaguea por el eje navarro desde la cuenca del Irati, al norte, abrazando Pamplona por el sur, atravesando la Valdorba, tierras de Tafalla, de Olite, bordeando las lagunas de Pitillas, con sifones para cruzar el río Aragón y el Ebro, cruzando la Bardena por el este, para terminar en Ablitas junto a la muga aragonesa del sur.
Ricos sotos del río Aragón (LIC) desde Gallipienzo el Viejo

Cegados por las grandes construcciones se han vendido sus beneficios apoyados en el mito de que el bienestar se alcanza consumiendo agua, sin medir las transformaciones culturales derivadas de los nuevos usos agrícolas, la presión fiscal a la que están siendo sometidos los agricultores “beneficiados” que pagan la obra a través del “peaje en la sombra” y sin tener en cuenta la pérdida de patrimonio por la vía de la transformación del paisaje, de la biodiversidad que alberga y los ecosistemas que lo forman.

Al fondo la laguna de Pitillas. A medio plano obras del Canal de Navarra
Si todo esto se pudiera trasformar en rentas, en bienestar social y en asentamiento de las poblaciones rurales bienvenido sea, pero recordemos cómo se apedreaba a los movimientos conservacionistas que intentaban concienciar sobre las consecuencias de estas construcciones y los mismos que lanzaban los guijarros son los primeros que ahora se sienten engañados, no pueden pagar lo que se les pide por las acometidas que riegan sus fincas y como los cultivos de regadío exigen conocimientos y técnicas que no poseen, acaban poniendo a la venta sus tierras que son adquiridas por nuevos colonizadores multinacionales a los que poco importa los valores culturales y paisajísticos que se pierden.

Sotos del río Aragón en la Oliveta (antiguas tierras del Monasterio de la Oliva)


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